Hace un mes y diez días que tengo 25 años. La mitad de los veinte, y según gerontólogos, la plenitud de la vida. Me aterra pensar que este punto, tan arbitrario y sin embargo tan tangible, es la bisagra entre lo mejor y lo que queda después. ¿Es este presente todo lo que hay? ¿Todas mis posibilidades? ¿Mis futuros recuerdos de la cima de la vida son esto? Veinticinco años de vida y sólo la sensación de desorientación.
No fue exactamente una revelación, aunque me golpeó con una urgencia violenta: tengo veinticinco y todavía no aprendí a ser adulta. Hay algo dentro de mi que se resiste con una tenacidad que desearía tener para concretar algo que realmente me beneficiara. Todavía no me recibí de la universidad, no tengo un trabajo estable para mantenerme, no tuve ningún logro significativo. Y tampoco parece que esté a punto de cambiar ninguna de esas cosas. Después la típica, a lo Bridget Jones: que nunca logré bajar esos kilos, que estoy soltera, etc. El problema con esos aspectos que parecen a primera vista superficiales es que son síntomas de lo mismo. Con veinticinco años no siento que esté ni cerca de tenerla clara para poder ponerme en el camino de de construir la vida "plena", "lo mejor" que se supone que tienen que ser los veinticinco, o ninguna etapa de la vida, básicamente.
Cuando mi mamá me comentó así al pasar que uno de sus profesores en un posgrado en gerontología, hablando de otra cosa, comentó esto de que la edad de la plenitud son los veinticinco años se me paró el corazón por un segundo. "¿Los veinticinco? No, no puede ser" Me gané obvio una bajada del poni, porque su profesor sabe del tema, claro, pero realmente no me entraba en la cabeza. Si esta es la plenitud hice todo mal. Todo mal.
Cuando era chica me parecía que convertirse en adulta era una cosa que pasaba naturalmente. Uno termina el secundario, va a la universidad, se recibe en tiempo y forma, consigue trabajo (bien pago claro) y ¡plum! Un día descubrís que ya sos adulto, que tenés carrera, casa, matrimonio, hijos, viajes, auto, pagás todas tus cuentas y la mar en coche. Con el tiempo digamos que me la di en la frente con la realidad. Sí, a algunos le sale todo así, tienen una vida que siempre quisieron, tal cual planificaron tenerla. En mi caso, no se dio así. Me encontré de frente con el fracaso. Cambié de carrera una vez, dos veces. No, todavía no me recibí. No, todavía no tengo trabajo fijo, estable y bien pago. Ergo, no tengo independencia económica. No, no bajé los kilos que siempre dije que iba a bajar, no me tiendo la cama todos los días. Y sí, a veces se siente como si estuviera en lo más profundo y abyecto fondo del tan querido fracaso. Me encantaría que mi vida fuese el glamour de Instagram, pero no, nada que ver. La sensación de tener ya 25 años y seguir en casillero cero es aplastante en el mejor de los casos. Pero acá estamos, lo seguimos intentando, a pesar de que la crisis nos mande cada vez más atrás.
No es que estoy en la lona total. Por un lado encontré la carrera de mis sueños, mi vocación. Ser docente de Lengua y Literatura, acá voy. Trabajo, tengo, a duras penas, pero tengo. La semana pasada se acabó mi contrato en el trabajo que tenía y tengo alumnos particulares hasta diciembre. Luego, veremos.
No está toooodo mal, pero aún así se siente como si no tuviera nada. Y ciertamente soy un desorden con patas. Pero con algo se empieza. Pero tengo tiempo, ¿no? Tengo un año para tener veintisés y pasar a estar a destiempo. Tengo el resto de la década para vivir en los veintes, y seguir siendo joven, muy joven, y tener todavía un poco de crédito para poner los patos en fila, ¿no?
Cuando era chica me parecía que convertirse en adulta era una cosa que pasaba naturalmente. Uno termina el secundario, va a la universidad, se recibe en tiempo y forma, consigue trabajo (bien pago claro) y ¡plum! Un día descubrís que ya sos adulto, que tenés carrera, casa, matrimonio, hijos, viajes, auto, pagás todas tus cuentas y la mar en coche. Con el tiempo digamos que me la di en la frente con la realidad. Sí, a algunos le sale todo así, tienen una vida que siempre quisieron, tal cual planificaron tenerla. En mi caso, no se dio así. Me encontré de frente con el fracaso. Cambié de carrera una vez, dos veces. No, todavía no me recibí. No, todavía no tengo trabajo fijo, estable y bien pago. Ergo, no tengo independencia económica. No, no bajé los kilos que siempre dije que iba a bajar, no me tiendo la cama todos los días. Y sí, a veces se siente como si estuviera en lo más profundo y abyecto fondo del tan querido fracaso. Me encantaría que mi vida fuese el glamour de Instagram, pero no, nada que ver. La sensación de tener ya 25 años y seguir en casillero cero es aplastante en el mejor de los casos. Pero acá estamos, lo seguimos intentando, a pesar de que la crisis nos mande cada vez más atrás.
No es que estoy en la lona total. Por un lado encontré la carrera de mis sueños, mi vocación. Ser docente de Lengua y Literatura, acá voy. Trabajo, tengo, a duras penas, pero tengo. La semana pasada se acabó mi contrato en el trabajo que tenía y tengo alumnos particulares hasta diciembre. Luego, veremos.
No está toooodo mal, pero aún así se siente como si no tuviera nada. Y ciertamente soy un desorden con patas. Pero con algo se empieza. Pero tengo tiempo, ¿no? Tengo un año para tener veintisés y pasar a estar a destiempo. Tengo el resto de la década para vivir en los veintes, y seguir siendo joven, muy joven, y tener todavía un poco de crédito para poner los patos en fila, ¿no?
Adultear, parece tan fácil y a la vez tan difícil que no llego, no llego.

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