Nuevamente estamos en esa época del año donde nos damos cuenta que el año se nos fue. Estamos más viejos, más vaqueteados. Cosas nos quedaron pendientes y conquistamos logros. La pasamos mal, la pasamos bien, crecimos, triunfamos, fracasamos. Hacemos ese balance personal y general, nos despedimos de lo que ya fue (y lo que pudo ser y no fue) y miramos con esperanza y curiosa incertidumbre al año que se viene.
En mi caso diría que el jurado no se decido. He tenido años mejores y también peores. Me tocó vivir experiencias significativas, maravillosas, trascendentes. Por otro lado, mi mayor frustración no viene de lo malo que me tocó vivir (que lo hubo porque en la vida siempre hay momentos buenos y malos), sino de lo que no sucedió. Esfuerzos que no hice, oportunidades que dejé pasar. Fue un año que me costó mucho comenzar, viniendo de un 2017 que me dejó molida a palos emocionalmente. La forma en que encontré posible pasar el 2018 fue la apatía en muchas circunstancias, la desconexión con migo misma y con la realidad. Mirando para atrás me doy cuenta que tampoco es que a la larga me haya ayudado mucho.
Este 2019 se viene con muchísimos desafíos, con muchos sacrificios pero también con mucha tímida esperanza. No será fácil porque Argentina está en una situación complicada en muchos frentes. Es un momento económico y social doloroso por decir lo menos. Como joven estudiante me cuesta no desesperarme al ver las perspectivas que se vienen dibujando (desde la inflación, la devaluación del salario, la baja en perspectivas de encontrar un trabaja en blanco y estable, etc.); como joven mujer me toca vivir un momento histórico, creo yo, pero a la vez dolorosísimo. Nos toca aceptar, contar, resignificar un pasado, una vida de injusticias que nos callamos, que ignoramos para seguir viviendo en el estado de las cosas. Nos toca salir al mundo en quiebre a pelear por un cambio; salimos con nuestro dolor y nuestro enojo en carne viva, en la mano y aún así hay aquellos que no nos creen, que no nos quieren dejar liberarnos y se niegan a ser parte del cambio. Y lo que se viene se ve sinceramente agotador. Sin embargo me niego a sucumbir, como nos negamos tod@s, supongo. Me aferro a lo que me enseñaron las mujeres maravillosas que me criaron: que si un@ trabaja mucho, si se esfuerza mucho, la cosas van a salir; que hay que seguir luchando siempre; que si un@ se cae del caballo se levanta, se sacude la tierra y se monta de nuevo. No hay crisis que estas mujeres no hayan superado, ya sea en lo personal, en lo profesional, en lo social. Ni la dictadura, ni el 2001, ni este 2018.
Hay sueños, hay ganas y hay voluntad para este año que se viene. Hay también, y por eso agradezco mucho, amor. De la familia, de los amigos, de aquellos que momentáneamente se cruzaron con uno y nos dejaron una huella aunque no lo sepan. De aquellos que ni conocemos ni nos conocen pero que nos arroparon con compasión. Reconocer y agradecer es también un ejercicio de inspiración. No sólo nos cargamos con la abundancia que sí tuvimos, y tenemos, sino que nos prometemos ser mejores, más compasivos, más amables con nosotros mismo y especialmente con los demás. Aunque sean extraños que nos cruzamos un segundo y que nunca van a agradecernos. Aunque sean totales desconocidos que nunca van a saber de nuestra existencia. Suficiente odio y violencia hay, repartamos comprensión y amor a los otros seres humanos con los que convivimos. Intentemos traer una llamita de luz que arda con la fuerza necesaria para iluminarnos un poco el camino.

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