Esta última semana ha sido una paliza. En realidad este último mes, podríamos decir, pero los últimos días fueron realmente duros. Por un lado la facultad estuvo intensa, al nivel seis trabajos prácticos en una semana. Por el otro, la vida personal la veo negra. Cuando todo -desde lo laboral, proyectos soñados, vínculos afectivos con personas a las que uno les confía el corazón incondicionalmente al punto de la estupidez-, todo junto, se va al pasto simultáneamente, en un solo momento, cuando un@ no estaba preparado, el corazón se te estalla en pedazos. Y me pasó, cuando estaba en una situación en la que no me pude defender de nada, porque estaba en una desventaja injusta. Ahora pasaron unos días y puedo reconocer mi resiliencia porque pasé por eso y seguí adelante. Terminé mi semana del infierno en la universidad, y salvo el día maldito, no volví a llorar. Cuento las fortunas, los afectos (que sí tengo), que podría haber sido peor, que así es como se dio y no puedo hacer nada al respecto, que todo el futuro que yo vi no fue sino en mi cabeza y ahora me tengo que buscar otro. Que puedo, que las he pasado peores. No sé ustedes, ¿qué hacen cuando les pasa? ¿Cuando el mundo se les sacude debajo de los pies?
Yo hoy me regalo la voluntad de que esto no me detenga, de que no me quite la luz al final del camino. No le voy a dar la satisfacción a nadie de implosionar, de la auto-destrucción. Y voy a seguir mi vida, y voy a vivirla contenta, porque eso es mi auto regalo, algo que no pienso resignar bajo ningún término. Ser feliz es mi retribución.

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